Pobreza. Una cruel realidad para millones de niños en América Latina.

Por Daniel Alejandro Pinilla Cadavid y María Laura Farfán

Daniel Pinilla es comunicador social y periodista de la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia).
María Laura Farfán es abogada por la UNCuyo. Directora ejecutiva del Centro Latinoamericano de Derechos Humanos.

Diario Uno, lunes 19 de mayo de 2014.

Ya es hora de que la pobreza infantil pase de ser un tema corriente y desatendido en las agendas de los gobiernos regionales para convertirse en su prioridad política. El flagelo que abofetea hace más de cuatro años a aproximadamente 80 millones de niños en América Latina y el Caribe crece en grandes proporciones, aún sin escuchar iniciativas para frenar este drama. Hoy, la pobreza es una realidad difícil de camuflar, que cada vez viola más derechos humanos en los países del continente.

A pesar de que los mandatarios y los gobiernos se proclaman abanderados en la lucha contra la pobreza, las cifras no parecen ser sus aliadas. Los números evidencian serias dificultades para abordar el tema y para entender las lógicas de la problemática. ¿Cuánto invierten los gobiernos en la primera infancia? ¿No deberíamos empezar por aquí? La pobreza infantil en América Latina es una realidad cruel que empuja a millones de niños a la indiferencia de la opinión pública, a las lógicas inhumanas de la desigualdad y a la inevitable exclusión social.

La pobreza no sólo es un indicador de naciones con bajos niveles de crecimiento, sino principalmente es un indicador de sociedades con altos niveles de desigualdad. Un rasgo típico y recurrente en los países de América Latina. Lo más triste de esta situación es que la pobreza no sólo le niega a los niños el acceso a los mínimos estándares de bienestar establecidos en las constituciones de sus países, sino que además aniquila sus oportunidades futuras, ya que sus consecuencias más dramáticas son la desnutrición y la mortalidad. Así, “la desigualdad característica de nuestros países no sólo los afecta hoy, sino que les hipoteca la vida”.

La voz de la opinión pública debe hacerse oír, y responder a la tibia voz de los gobiernos. El silencio sólo es justificable cuando se utiliza para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que se tiene con los niños, de lo contrario dicho silencio debería ser condenado como un acto reprochable.

Es claro que la clave no está únicamente en desarrollar niveles relativamente altos de ingresos para reducir la pobreza infantil, sino más bien en garantizar sociedades menos desiguales y más comprometidas. Ya es hora de tomar conciencia de que el futuro sí está en los niños y en las sociedades que les esperan. “Un niño es pobre cuando no puede ejercer cualquiera de sus derechos, aunque sea sólo uno”, entonces ¿cuántos niños pobres necesitamos para creerlo? ¿Cuántos niños pobres necesitamos para que, como sociedad, nos duela la pobreza?

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